jueves, 4 de noviembre de 2010

Vivencial

ÉRASE UNA VEZ "LA REINA DEL SUR"

Pese a la tragedia, Chincha resurge del polvo.


 Era un inmenso terreno cargado de ladrillos, piedras, esteras y personas llorando sobre él. Aquel día parecía que todo marchaba como siempre. El sol radiante, la gente trabajando desde las 5 de la mañana, las camionetas cargadas de leche fresca, las señoras del mercado ofreciendo desayuno a todo aquel que mirara -aunque sea de reojo- los tamales, chicharrones y pan con adobo calientito.

Nadie se imaginaba lo que pasaría horas más tarde. Ni siquiera la acertada adivina de la esquina pronosticó el terror de la fatídica tarde. Nadie supo nada hasta que sus cuerpos empezaron a saltar y balancearse de un lado a otro al compás de la tierra.

Entre gritos y sollozos, las personas esquivaban las paredes y columnas que caían una tras otra. Parecía una lluvia de gotas gruesas que golpeaban cada parte del cuerpo. Una lluvia que cortó la luz, cegando la vida a cientos de personas. 

Bastó un minuto y medio para destrozar toda la ciudad. Y bastó otro medio minuto para enterarme que el epicentro había sido en Chincha, el pueblo de mis padres. 

Llegamos al día siguiente de sucedidos los hechos. El panorama fue desolador. La gente lloraba a sus muertos sepultados en lo que fue su casa. Mi abuelita hacía lo propio. Aunque ella no sepultó a ningún muerto, sí que lloró por la ciudad donde había vivido más de 80 años.

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